Desde la Colonia, hasta fines del siglo XIX, fue utilizado como cantera, lo que ocasionó una deforestación de sus laderas, que ya tenía una vegetación escasa, compuesta originalmente de arbustos y espinos. Con sus rocas se contribuyó a las obras del Puente Cal y Canto (1779), se construyeron las escalinatas y fuentes del Palacio de la Moneda (1788). Con ellas, también, se canalizó el Río Mapocho (1888), desviando el brazo que corría por la Alameda y aunándolo con el cauce actual. 

Hoy, es el principal pulmón verde de la Región Metropolitana, con más de 700 hectáreas de extensión, lo que sitúa como el cuarto parque urbano más grande del mundo. Actualmente, hace falta analizar el uso dado por los pueblos originarios del valle central, para valorizar y restaurar el significado cultural, como se está haciendo en la Región Metropolitana con el cerro Blanco, Chena y Santa Lucía.

Este lugar merece un uso cariñoso y respetuoso, como espacio esencial para mantener nuestro contacto con los ecosistemas que nos sostienen, amenazados por el cambio climático y la pérdida de biodiversidad. Recorrer sus senderos es restaurar el corazón en todos los sentidos, contemplar la vida de las aves y los hongos, nutrir nuestros sistemas inmunes y volver a comprometernos a trabajar siempre por la Madre Tierra.